Ascensor
La luz interior del ascensor se apagó instantáneamente, se podría decir en un chispazo de oscuridad y el aparato se lanzó vorazmente hacia el centro de la tierra, percibiéndose que adquiría una velocidad alucinante. El griterío, el llanto histérico y horrible, los rezos, las groserías y otros comportamientos límites, no cesaron hasta que el habitáculo detuvo suavemente su caída y abrió sus puertas.
-¡Uf!, lo anterior sí que fue una exageración de los sentidos, pensó Juan.
Salió del elevador junto con otras personas.
-Estamos saliendo al recibo en el primer piso del edificio, comunicó Juan a los demás.
Todo estaba oscuro y nada era perceptible, aparte de los susurros con que se comunicaba la gente quizá por qué. Varios hicieron luz con sus encendedores, pero la pegajosa oscuridad se la comía de inmediato, haciendo que nada fuera visible. La oscuridad parecía tener consistencia y se sentía como una telaraña gigantesca que trababa todos los movimientos. Algo parecido a la sensación que se tiene en la vieja pesadilla de estar cruzando la vía del tren cuando éste viene, y no logramos movernos.
Valle
Sin transición alguna, la luz del sol los cegó. Pasado unos instantes –al abrir los ojos- Juan y los demás contemplaron algo insólito. Estaban al pie de una inmensa montaña donde había un pequeño y estrecho valle. Del elevador no se veía rastro alguno. Individualmente, cada uno pensó que estaba durmiendo y teniendo una pésimo sueño. Pero era una realidad, sin explicación posible, a la que debían adaptarse o morir.
Durante días bajaron por una suave pendiente alimentándose de toda fruta que se encontraba en el vallecito, hasta agotarlas. También exterminaron los conejos, únicos animales comestibles que habían sido vistos y servido como alimento para el grupo. Pasó lo mismo con los huevos de ave con nidos al alcance humano.
De tal modo, cual plaga de langostas, dejaron sin alimento alguno al lugar.
El valle estaba aislado. Los acantilados que en forma de “U”, se erguían hacia lo alto, después del estrecho valle, continuaban en precipicios. No había forma de subir, no había forma de bajar. Eran prisioneros de lo desconocido.
Puente
Al frente continuaba otro valle mucho más ancho y al cual no se veía límite, pero para llegar a él se necesita cruzar al borde del acantilado opuesto al cual estaban, es decir era una especie de profundísimo y poco ancho cañón horadado por un río, de un extremo al otro de la “U” que cerraba el pequeño valle. Si lograban atravesarlo -buscando el lugar más estrecho- podrían llegar a ese otro valle que les permitiría seguir sobreviviendo.
En su deambular encontraron un punto en que el precipicio que separaba los dos valles se reducía a 4 ó 5 metros. Imaginaron que si improvisaban un puente podrían cruzarlo.
-Entrecrucemos esos troncos de árboles caídos con ramas algo más delgadas. Por otra parte, saquemos cortezas de los árboles vivos, enredaderas, pedazos de ropas y hagamos trenzas con todo ello, hasta lograr obtener una especie de cuerda resistente que nos permita amarrar todo firmemente y así construir un puentecillo para cruzar el abismo, sugirió Carlos, actuando como un líder natural.
-Sugiero hacer tanta cuerda como para que también alcance a tenderse una guía, de lado a lado del abismo, que sirva de apoyo al caminar sobre la improvisada pasarela, intervino Esteban.
-¿Quién pasará primero?, preguntó Carlos.
Juanjope, sin decir palabra, atravesó un grueso tronco sobre el precipicio y con paso decidido caminó sobre él hasta cruzar al otro al otro lado (a nadie dijo que era equilibrista de circo). Luego aseguró el puentecillo y un extremo de la cuerda contra en una inamovible roca cerca del borde. Lo mismo se hizo del otro lado, lográndo fijar el débil puente y el pasamanos. Así, uno a uno fueron pasando, Carlos entre ellos.
-¡Ahhh!, se escuchó el alarido de Eliana cuando cayó al vacío.
-Esto ocurrió porque la guía aflojó y sumó efecto con el excesivo carácter nervioso de Eliana, explico Juanjope.
-La tensaré nuevamente y prometo mantenerla tensa durante cada cruce, agregó.
-¡Crucen, crucen!, Carlos, Juanjope y todos los demás que ya estaban en la orilla opuesta instaban -a los que no lo habían hecho- a dar el paso.
Pero los tres que restaban, pese a los ruegos, burlas, ominosos presagios y hasta insultos -que hacia ellos les llegaban del otro lado- no pasaron y punto.
Salto
Un día cualquiera Heriberto, buscando alguna raíz que comer, encontró un tronco de árbol muy delgado y largo. En forma enigmática y rápida se dirigió al punto donde se acercaban los dos barrancos. Tomó impulso y se abalanzó hacia el precipicio clavando la pértiga a escasos centímetros del borde. Se elevó en el aire y por una fracción de segundo pareció inmovilizarse en el espacio para luego continuar en caída a la extensión de tierra de enfrente. Dio un estruendoso resoplido de alivio y sintió una satisfacción inmensa por haber ejecutado correctamente esa idea espontánea. Se sentó a gozar de la brisa, como si fuera por primera vez.
A Heriberto quisieron obligarlo a hacer algo que realmente no podía. No se trataba de tener o no tener coraje, se trataba de estar conciente de las propias limitaciones. Acaso, ¿cuántos de los que cruzaron por el puentecillo se hubiesen atrevido a cruzar como lo hizo él? Svin embargo, para el sentir y capacidad de Heriberto, esto último fue mucho más viable. Vio que venían Daniel y José, que le habían visto caer al otro del valle.
-¿Cómo pudiste lograr eso?, preguntaron a dúo.
-Con esta pértiga y la lanzó cerca de ellos.
-Hay que tomar suficiente impulso, clavar la pértiga en el suelo y saltar con ella hasta acá.
-Eso es terrible de peligroso, reclamó Daniel.
-Nada que ver, lo que pasa que ustedes son unos..., Heriberto estaba por terminar su frase, pero pensó un momento, calló y se fue, no sin antes expresarles sus deseos de buenaventura para ellos.
Heriberto trató de reunirse con el grupo que salió antes que él, para ello caminaba rápido, sin parar, comiendo por el camino las frutas que estaban al alcance inmediato de su mano. Las huellas que seguía eran muy difusas y no conducían a ninguna parte y entró en sospecha de estar caminando en círculos. Tardó días en reunirse con el grupo adelantado.
El Edificio de los edificios
-¡He divisado unos edificios, he divisado unos edificios!, gritaba a todo pulmón Magdalena, una de los miembros del grupo de exploradores de caminos.
-¡Viva, hurra!, gritaba el resto del clan.
-En dirección norte he divisado varios edificios de altura, entre los cuales destacaba uno que tenía una altura de 10 ó 12 pisos por sobre los otros, continuó Magdalena.
Inmediatamente todo el mundo partió hacia allá, siguiendo a la exploradora, con ánimo y energías renovadas al sentir que la odisea terminaría ya muy pronto, que en un día y medio de camino estarían nuevamente en medio de la civilización disfrutando de ella, y lo actual, sería un mal recuerdo.
Llegaron al lugar señalado por la guía.
No lograron ver los edificios, la exploradora iba y venía, explicaba que se trataba de una combinación de altura y orientación de la vista, pero no hubo caso. La pesadumbre se hizo ver en todos. De la euforia a la depresión, cual maníacos depresivos bipolares. Nació la religión de los edificios. La construcción más alta era todo poderosa -reinaba sobre los otros edificios- y tenía la tutela de la humanidad, era su Fe.
Disensiones
-¡Basta ya!, hemos pasado más de una década buscando la ciudad. Hemos tenido nacimientos y muertes. Esto que hay aquí es todo lo que tenemos, no hay más. Tal vez las ciudades desaparecieron por una razón incomprensible para nosotros y es hora de asumirlo, la civilización que un día conocimos ya no existe, terminó de hablar Luis.
-¡No pudo haber pasado eso!, repudió Gabriel, uno del grupo, que aseguraba que el Espíritu del Gran Edificio lo había designado como su representante en el valle, para que hablase a los demás humanos en su nombre.
-¡Lo único que sabemos es que nos hemos convertido en nómades sin ningún futuro! Propongo que nos establezcamos en este lugar y fundemos nuestro sustento en la agricultura. Ocupémonos todos de ese trabajo y repartámonos por igual, entre todos, sus productos, pues somos tan pobres que -si a alguno le quitamos parte del fruto de su esfuerzo- morirá.
-¡No, no y no!, ¡eso es ir contra los designios del Espíritu del Gran Edificio!, y de ahora en adelante, cada uno me irá entregando a mí una parte de la recolección de todo los que se consiga, para demostrarle que creemos en él, y yo como su representante en el valle, acumularé dicha riqueza.
-¡Eso me parece estúpido, no existe tal cosa y además, ¿por qué el Gran Edificio habló contigo y no conmigo o con aquella? ¡Eres un falso y tu Fe no nos conducirá a parte alguna!, expresó indignado, Luis.
-Amadme a mí por sobre todas las cosas, me ha dicho el Gran Edificio, ese es el primero de sus preceptos, y es por la falta de Fe -de hombres como Luis- que el Gran Edificio y sus edificios menores decidieron ocultarse a la vista de los seres humanos, como castigo por su sacrilegio. El Gran Edificio ordenó que estos sean los oficios religiosos que se deben practicar todos los días, y el Representante detalló una serie de ordenanzas, so pena de exponerse a la ira del Gran Edificio, si es que no se cumplían.
-¡Todo eso es una mentira para sacar provecho de la gente ingenua que cree en tus patrañas!, gritó Luis, exasperado.
-¡Has provocado la ira del Gran Edificio!, y el Representante lo mandó a matar.
Y Luis fue asesinado a pedradas.
Realidad
El ascensor se detuvo suavemente en el nivel del recibo del primer piso del edificio.
-¡Que horrible pesadilla! he tenido en estos pocos segundos en que he debido quedarme dormido, ¡qué temor y vergüenza me provocó el instante final de la misma!, ¡afortunadamente ya desperté!, suspiró aliviado, Juan.
El resto, individualmente, pensó y sintió lo mismo, pero ninguno reconoció al otro en esa pesadilla individualmente colectiva.
Sin embargo, en la realidad suele suceder que todo nuestro asegurado futuro se nos derrumbe en menos de un segundo… y no hay cómo despertar de esa verdadera pesadilla.
Fin
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